En concreto, el gato duplica la posibilidad de alergia en comparación a los perros. La explicación es sencilla: así como los alérgenos de los perros básicamente están en las escamas de éstos, en el caso de los gatos residen en las glándulas sebáceas y también en la saliva. Al pasarse el día lamiéndose el pelo, dejan los alérgenos en todo su pelaje, lo que hace que tengan más. Además, las partículas causantes de la alergia de los gatos tienen menor peso que las de los perros, lo cual comporta que sean más volátiles y se esparzan por el ambiente con mayor facilidad.